CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES

La afición por el cliché también es científica

Ciertas frases hechas se han instalado no solo en el modo de comunicar la ciencia, sino entre los propios científicos.


En el intento conjunto de dar con un lenguaje en común, se establecen normas entre los científicos que emiten un mensaje y el público que lo recibe. En ese proceso, sin embargo, pueden filtrarse errores y una amplia variedad de lugares comunes. Nuestro lenguaje fluye naturalmente y aunque esté profundamente incorporado en cada uno de nosotros, el viaje que emprende la palabra desde la mente hasta la lengua no está libre de accidentes.

Solemos decir cosas con las que no acordamos en términos morales; lugares comunes que repetimos sin pensar. Basten estos ejemplos: “bajar el conocimiento”, “a ciencia cierta” y las expresiones insistentes de “ciencia dura” y “ciencia blanda”. Todas ellas se emplean con frecuencia y, para muchos, provienen de una concepción falaz. Esto se complejiza en los ámbitos académicos y científicos donde se utilizan palabras específicas y hasta un léxico propio.

El filósofo alemán Hans-Georg Gadamer sostuvo que el lenguaje es un elemento esencial y constitutivo de lo humano y lo comparó con un juego en el cual los protagonistas se atienen a un sistema de normas que regulan el procedimiento. En cada intercambio comunicacional, emisor y receptor intentan encontrar un reglamento que les sea propio.

“Solemos escuchar a científicos decir que ‘hay que bajar el conocimiento’ a la comunidad”, explica la responsable del área de Educación del Centro Nacional Patagónico del CONICET, Alexandra Sapoznikow. “Esta afirmación, dicha seguramente con las mejores intenciones de compartir los resultados de una investigación, lleva implícito un posicionamiento sobre el papel de los científicos y de las científicas en el proceso de comunicación. El científico es visto como poseedor del saber y responsable de brindar conocimientos al resto de la sociedad. Bajo esta misma concepción se habla de ‘divulgación’ (decir al vulgo) o de ‘transferencia de conocimiento’. En contraposición, la comunicación de la ciencia puede concebirse como un proceso de doble vía, donde hay horizontalidad en el diálogo entre personas con distintos saberes, y todos aprenden y generan nuevos conocimientos”, afirma.

También es habitual suponer que existe una separación tajante entre ciencias, como si fuesen rivales opuestas. Para Guillermo Mattei, doctor en Física y Coordinador del Área de Popularización del Conocimiento y Articulación con la Escuela Media de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, en esta pseudoclasificación de las ciencias sólo existen dos casilleros posibles –y aislados entre sí– en donde ubicarlas según su naturaleza: las “blandas” y las “duras”. Algo así como que las humanidades y las ciencias sociales van por un lado –con técnicas no formales de crear conocimiento–, y las ciencias naturales, con sus diferentes grados de formalización matemática, van por otro.

“También parecería que las ‘blandas’ cuestionan la naturaleza impersonal de los modelados formales de las ‘duras’ y estas, a su vez, les reclaman a aquellas por su formalización y sistematicidad”, afirma Carlos Reynoso, doctor en Antropología y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, para quien esta caprichosa diferencia data de mediados del siglo XIX como un cisma interno de las ‘ciencias blandas’ reaccionando frente al avance de la dialéctica hegeliana y el materialismo dialéctico.

Sin embargo, hoy podemos ver a físicos aportando a la evacuación de multitudes en pánico o a la antropología forense en el campo de los derechos humanos, a antropólogos haciendo contribuciones a los modelados formales de científicos de la atmósfera, y a geólogos haciendo lo propio en dinámica de inundaciones. “De modo que ni las naturales son un conjunto de métodos repetitivos deterministas, ni las humanidades hacen agua con sus métodos no formales. Por el contrario, estos novedosos cruces blandas/duras del siglo XXI demostrarían que es posible unificar razonablemente el concepto de ciencia”, concluye.

La arqueóloga del Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas (IPCSH, CONICET) María Florencia del Castillo Bernal reflexiona sobre una falacia que repica de forma cotidiana en todos los ámbitos: “a ciencia cierta”.

“Cuando utilizamos la frase ‘a ciencia cierta’, nos estamos refiriendo a afirmaciones certeras, enfatizando de ese modo hechos que con toda seguridad han sucedido. Por ejemplo ‘no sabremos a ciencia cierta quién perdió el tren’ o ‘nunca conoceremos a ciencia cierta los horarios del tren’. Entonces, ¿son a ciencia cierta verdaderos estos dos supuestos?”, ejemplifica.

Para Del Castillo Bernal, la idea de la ciencia como verdad incuestionable está muy lejos de ser correcta. Las verdades incuestionables están más cerca de la religión que de la ciencia. La ciencia es un sistema de conocimiento que permite aproximarnos a la verdad mediante razonamientos determinados y datos demostrables, sin olvidar que se trata de una empresa colectiva de científicos que prueban, evalúan y replican el conocimiento generado.

A veces no es lo que decimos sino cómo lo decimos. De todos modos, instar a la reflexión tanto del qué como del cómo es un ejercicio que allana el camino hacia una comunicación horizontal de la ciencia, que dialogue cada vez más directamente con la comunidad. “La ciencia más útil es aquella cuyo fruto es el más comunicable”, dijo alguna vez el célebre artista y científico florentino Leonardo Da Vinci.